jueves, 11 de abril de 2013

La loca


—Mi tío está loco—, digo entre risas mientras te cuento la última de sus ocurrencias: suplantar la identidad de su hijo menor para mandarle correos electrónicos a la familia y así enterarse de la vida de los demás.
—Así está toda tu familia— me respondes riendo. Quiero refutarte, pero entonces me acuerdo de aquella tía lejana que después de sepultar a su esposo no quiso quedarse con nada de su carpintería, más que con el ataúd que guardaban entre maderas y otros muebles; decía que era lo único que le iba a hacer falta. Y para evitarles molestias a los hijos, empezó a dormir en la caja de muerto por si acaso se moría dormida. Todas las noches su arrugada figura dejaba la tapa junto a la puerta y se metía en aquella caja a descansar. Hasta que una mañana su hijo tuvo la ocurrencia de visitarla más temprano que de costumbre, sin saber que se toparía con aquella escena horrorosa: su madre tendida en un ataúd con un semblante sereno, casi como si estuviera durmiendo. El grito que escapó de su cuerpo tuvo que haber sido tal que logró revivirla, bueno, revivirla es un decir porque en serio dormía. — ¿Qué haces?—, pudo preguntarle una vez que el aliento que se había ido con aquel grito le regresó. —Estaba durmiendo—, dijo ella, sentada en el ataúd-cama. Desde luego, ésa había sido su última noche mortuoria, su hijo no entendió lo conveniente que resultaba la idea y tiró la caja.
Para una tía loca que tuve, pensaba, pero apenas iba a decírtelo cuando se me vino a la cabeza la otra tía, la que todos los días se vestía igual: tenis, medias cafés, falda debajo de la rodilla, suéter de botones y, al cuello, unas llaves pesadas que seguro eran las que la encorvaban al caminar. Sí, esa tía a la que, cuando enfermó de bronquios, el doctor le dijo que no debía bañarse y por eso no volvió a bañarse jamás. La misma que corría atrás de nosotros con su dentadura en la mano y una sonrisa desnuda. La que era rica, rica, rica, pero vivía en casa de mi abuelo y pedía limosna en el parque para poder comprar su pan.
Bueno, dos tías locas. Y me acuerdo del tío que en las noches de calor se iba a dormir a las bancas del parque, hasta que un aguacero lo despertó, dejándolo mojado y con una pulmonía que a las pocas semanas le impidió volver a dormir en el parque, en el sillón o en su cama.
Está bien, tres pobres chiflados. Y como si lo estuviera invocando, se me aparece la imagen de mi tío el que coleccionaba perros en la azotea y gatos en la casa. Al que teníamos que visitar de a ratitos para no respirar tanto el olor concentrado a quién sabe qué de tanto animal concentrado en quién sabe dónde porque la casa no era muy grande.
Uno que otro desequilibrado, pienso. Pero mejor ya lo admito antes de que me siga acordando de tanto loco que hay en mi familia. 

10 comentarios:

  1. Pues como dirían los chavos ¡qué loco!, está genial, me gusta mucho, eres verdaderamente admirable, también sería interesante inventarse algo sobre otros parientes, tal vez para otra entrega, felicidades.

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    1. Muchas gracias Omar. He de confesar que entre los recuerdos hay algo de ficción que subsana los vacíos de información, aunque todos esos parientes sí existen. Sin embargo, me parece muy atractiva la idea de inventar más cosas e incluso a parientes :D

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  2. Tu estilo te define completamente, no cabe duda que eres una gran escritora. ¡Felicidades!

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  3. Me gusta lo que escribes, gracias por enseñarme el camino que debe recorrer una buena escritora.

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  4. locas cuando leemos, cuando estudiamos, cuando escribimos... cuando nos dejamos llevar por nuestros sueños...
    me gustó tu escritura, profunda y clara... felicidades

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  5. Compañera:
    Me agrada mucho la forma en que escribes para nosotros tus lectores, es impresionante la forma de escribir que tienes.
    Felicidades...

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  6. Tania... adivino que disfrutas escribir; porque de otra manera no me explico cómo es que disfrutamos tanto leerte. Sigue escribiendo! y avísanos en fb para no perdernos ninguna de tus sabrosas entradas

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