jueves, 4 de abril de 2013

Moños rojos


Al llegar del jardín de niños mi primera tarea era visitar a los abuelos. Ni siquiera recuerdo si dejaba mi lonchera en casa o simplemente me desviaba del camino para llegar hasta la cocina de mi abuela, donde siempre la encontraba haciendo algo. Platicaba con ella (¿de qué? No lo recuerdo ya) esperando siempre el momento en que me ofreciera algo para comer, yo siempre tenía hambre. Si no encontraba al abuelo barriendo el patio (era como su penitencia barrerlo todos los días, mañana, tarde y, a veces, noche), lo encontraba en la sala ¿leyendo? Puede ser, la verdad es que a los cuatro años pocas cosas se quedan en la memoria. Lo que sí recuerdo, y con mucha frecuencia, es aquel día en que no lo encontré ni en el patio ni en la sala. Extrañada por ese cambio en la rutina, le pregunté a mi abuela por él, “está arriba en el cuarto, está molesto; se está poniendo sus moños”, me dijo en un tono casual y natural. Asombrada (ya me imagino ahí, sentada en la cocina comiendo queso de hebra o cereal con leche, con unos ojos grandes que sólo correspondían a una revelación insospechada), sólo pude imaginar a mi abuelo parado frente al espejo, con una mueca, acomodando en su cabello blanco un par de moños rojos.

2 comentarios:

  1. Es muy ingenioso y divertido como mezclas con gran naturalidad un recuerdo de tu infancia y la literalidad del pensamiento infantil, felicidades.

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  2. Tu forma de escribir es mágica, me encanta cómo lo haces.
    ¡Felicidades! ;)

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