Al llegar del jardín de niños mi
primera tarea era visitar a los abuelos. Ni siquiera recuerdo si dejaba mi
lonchera en casa o simplemente me desviaba del camino para llegar hasta la
cocina de mi abuela, donde siempre la encontraba haciendo algo. Platicaba con
ella (¿de qué? No lo recuerdo ya) esperando siempre el momento en que me
ofreciera algo para comer, yo siempre tenía hambre. Si no encontraba al abuelo
barriendo el patio (era como su penitencia barrerlo todos los días, mañana,
tarde y, a veces, noche), lo encontraba en la sala ¿leyendo? Puede ser, la
verdad es que a los cuatro años pocas cosas se quedan en la memoria. Lo que sí
recuerdo, y con mucha frecuencia, es aquel día en que no lo encontré ni en el
patio ni en la sala. Extrañada por ese cambio en la rutina, le pregunté a mi
abuela por él, “está arriba en el cuarto, está molesto; se está poniendo sus
moños”, me dijo en un tono casual y natural. Asombrada (ya me imagino ahí,
sentada en la cocina comiendo queso de hebra o cereal con leche, con unos ojos
grandes que sólo correspondían a una revelación insospechada), sólo pude
imaginar a mi abuelo parado frente al espejo, con una mueca, acomodando en su
cabello blanco un par de moños rojos.
Es muy ingenioso y divertido como mezclas con gran naturalidad un recuerdo de tu infancia y la literalidad del pensamiento infantil, felicidades.
ResponderEliminarTu forma de escribir es mágica, me encanta cómo lo haces.
ResponderEliminar¡Felicidades! ;)