Soñé que te conocía otra vez. Que
me topaba contigo en un lugar diferente, pero con la gente de siempre. Y yo te
veía y no paraba de sonreír porque creía que todo era un juego, que todos
fingíamos no conocerte y que tú actuabas para mí. Hice un chiste de nuestra
vida pasada que nadie entendió —no pueden ser tan buenos fingiendo, pensé—. En
ese momento entendí que sólo yo sabía la magnitud de lo que ahí estaba a punto
de comenzar. Empecé a sentir miedo. Todo el destino se vuelve tan frágil cuando
nos hacemos conscientes de que cualquier movimiento en falso provocará cambios
de momento imperceptibles, pero que a la larga pueden ser fatales —un aleteo
suave, como de mariposa, empieza a escucharse cerca—. Comencé a sudar y a
sentirme mareada de tan sólo pensar en las consecuencias que mis sonrisas o mi
desatinado chiste tendrían. Esta vez no me pareció divertido haberte encontrado
en otro lugar; de haber sido el mismo lugar de siempre podría haber actuado
igual. ¿Y si te perdía? ¿Y si nunca te gané? ¿Y si mi sueño no era más que la
continuación de aquél en el que te conocí? —aleteos cada vez más fuertes
comienzan a calmar mis pensamientos—. Me concentro, sea lo que sea no quiero
perderte. Miro tus ojos, sonrío y comienzo a ignorarte —sí, como siempre,
después de llamar tu atención me gusta parecer indiferente—. Camino por el
cuarto platicando con ellos, pero asegurándome, de reojo, de que no te olvides
de mí. La crisis ha pasado, una vez más me voy a enamorar de ti, tal como lo
supe años antes de encontrarte, o cuando platiqué contigo hasta la madrugada, o
cuando te besé mientras bailábamos, o cuando me tocaste la espalda para cederme
el paso. Parece que siempre que me topo contigo, termino amándote, así,
inevitablemente, no importa cuántas veces aletee esa famosa mariposa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario