miércoles, 27 de febrero de 2013

Cuando una mujer dice adiós


No te quedaste nada mío que yo no quisiera, todos esos momentos quise regalártelos, los besos, los jugueteos de mis manos en tu cuerpo, las sonrisas y las lágrimas que dejé a tu lado fue porque así lo quise. Pero este corazón magullado no se quedó contigo, así, herido, me lo llevé para curarlo, para dejarlo reposar tranquilo, en silencio, para dejar que te odie, que te grite, que te escupa desde aquí, para dejar que se desangre un poco, pero que no muera a tu lado. Ni el amor, ni la tristeza, todo está aquí, resguardado de ti.
Te prometo continuar con mi vida; este orgullo, como otras veces, me sacará adelante. Te prometo que no te odiaré más de lo que mereces, no voy a maldecirte tanto que tu vida no encuentre su camino. Sólo un poco, sólo lo suficiente. Voy a desearte lo peor, pero no siempre. Al final del día, al final de lo que pueda anhelar para ti, sólo quiero que en ese desorden, en ese caos sin sentido, en esa espiral de decadencia, sepas aferrarte a algo que se parezca un poquito a la felicidad que te di, algo que se asemeje, algo que te haga sentir vagamente cercano a la plenitud que te ofrecí. Y entonces, sólo hasta entonces, desearás no haber sido la persona que fuiste el día que te olvidaste de mí.

jueves, 21 de febrero de 2013

Persecución vana

Tomas una libreta para escribir tus recuerdos. La abres, ves la página en blanco, te intimida. No escribes nada, la miras y te petrificas. Decides hacerlo otro día, cierras la libreta, sueltas el lapicero y te marchas a dar un paseo por la ciudad y su tránsito perpetuo. Apenas das un paso fuera de la puerta, se te agolpan los recuerdos más entrañables.
Así es esto de perseguir la escritura y no encontrarla.

Enredaderas de otoño


No sé hasta qué punto soy lo que soy por ti. Muchas palabras han quedado enmarañadas en mi lengua; en mi mente se dispersan los porqués de lo que hago, de lo que digo, de lo que pienso. Sin embargo, mi intuición me dice que todo tiene rastros de lo que fue. Finalmente, sólo somos pasado contenido en un cuerpo presente.
Las personas excepcionales que nos topamos en nuestro camino son como enredaderas que nos abrazan cada vez más a medida que pasa el tiempo. Crecen con nosotros y, si son tan sabias como los árboles, crecerán también hacia abajo, permitiendo que sus raíces se entreveren con las nuestras. Llegará un momento en el que no sabremos distinguir nuestra raíz de las demás. Así me pasó hoy; no pude ver los límites entre mis raíces y las tuyas, las de ellos y las nuestras. Al final sólo me queda una certeza: ningún vendaval podrá arrancarme de aquí.

miércoles, 13 de febrero de 2013

De mariposas y sueños


Soñé que te conocía otra vez. Que me topaba contigo en un lugar diferente, pero con la gente de siempre. Y yo te veía y no paraba de sonreír porque creía que todo era un juego, que todos fingíamos no conocerte y que tú actuabas para mí. Hice un chiste de nuestra vida pasada que nadie entendió —no pueden ser tan buenos fingiendo, pensé—. En ese momento entendí que sólo yo sabía la magnitud de lo que ahí estaba a punto de comenzar. Empecé a sentir miedo. Todo el destino se vuelve tan frágil cuando nos hacemos conscientes de que cualquier movimiento en falso provocará cambios de momento imperceptibles, pero que a la larga pueden ser fatales —un aleteo suave, como de mariposa, empieza a escucharse cerca—. Comencé a sudar y a sentirme mareada de tan sólo pensar en las consecuencias que mis sonrisas o mi desatinado chiste tendrían. Esta vez no me pareció divertido haberte encontrado en otro lugar; de haber sido el mismo lugar de siempre podría haber actuado igual. ¿Y si te perdía? ¿Y si nunca te gané? ¿Y si mi sueño no era más que la continuación de aquél en el que te conocí? —aleteos cada vez más fuertes comienzan a calmar mis pensamientos—. Me concentro, sea lo que sea no quiero perderte. Miro tus ojos, sonrío y comienzo a ignorarte —sí, como siempre, después de llamar tu atención me gusta parecer indiferente—. Camino por el cuarto platicando con ellos, pero asegurándome, de reojo, de que no te olvides de mí. La crisis ha pasado, una vez más me voy a enamorar de ti, tal como lo supe años antes de encontrarte, o cuando platiqué contigo hasta la madrugada, o cuando te besé mientras bailábamos, o cuando me tocaste la espalda para cederme el paso. Parece que siempre que me topo contigo, termino amándote, así, inevitablemente, no importa cuántas veces aletee esa famosa mariposa.