jueves, 31 de enero de 2013

Matador

Todo un ritual de preparación, minutos, incluso horas antes de salir al ruedo. Las graderías van llenándose y las voces expectantes comienzan a agitarle la respiración. El cuerpo y su porte disimulan la rebelión interna.
El momento ha llegado, caminando lentamente se acerca a su destino. Lo mira fijamente, estudia sus movimientos. No lo piensa más y avanza hacia él.
Inicia una fatídica danza entre la bestia y él. Palpitaciones aceleradas y resoplidos ascendentes se mezclan entre exclamaciones entrecortadas. Sus pasos dibujan laberintos en la arena, mientras las miradas siguen el vaivén de sus cuerpos. Se decide y acelera el paso… con un movimiento firme y preciso atraviesa la piel.
Un silencio que parece eterno reina en la Plaza mientras la adrenalina comienza a diluirse… Esta vez los mulilleros tendrán que arrastrar un cuerpo diferente.

lunes, 21 de enero de 2013

I


Cuando mi abuelo murió, mi abuela buscó una casa que no le recordara su vida junto a él. Después de unos meses, la casa de Juárez —como la llamábamos los nietos— quedó vacía. Acostumbrada a visitar todas las tardes a mis abuelos —no tenía más que cruzar un patio para llegar a ellos—, decidí que su ausencia no me detendría. Así, a los cinco años, comencé a peregrinar por el patio cada vez que necesitaba "platicar" con el abuelo en aquella casa deshabitada.
Con el paso de los años mis soliloquios fueron reemplazados por estancias en la azotea del abuelo, donde leía, escribía o elucubraba toda clase de historias. Se convirtió en mi refugio preferido, donde el panorama, la tranquilidad y la lejanía de los demás me permitían sentirme y saberme solo mía.
Ahora, aquí, busco recrear esos momentos de quietud en los que podía pasar el tiempo absorta; esos momentos donde, desde la azotea, podía contemplarlo todo.